Author Archives: Marcos Urdapilleta

La naturaleza de la diversión

En este ensayo breve sobre el autor y su obra, David Foster Wallace busca una metáfora para la relación entre un escritor y sus palabras y encuentra dos paradigmas de situación en su vínculo con el texto. Escribir por diversión, escribir para uno mismo, nos dice Wallace, es más productivo que escribir para los demás.

La mejor metáfora que conozco de la condición de escritor de narrativa se encuentra en Mao II, donde Don DeLillo representa un libro en proceso de escritura como un niño repulsivamente deforme que sigue al escritor a todas partes, yéndole eternamente detrás a cuatro patas (es decir, reptando por el suelo de los restaurantes donde el escritor está intentando comer, apareciendo a primera hora de la mañana a los pies de su cama, etcétera), repulsivamente defectuoso, hidrocefálico y sin nariz y con aletas en vez de brazos e incontinente y retrasado y babeando líquido cerebroespinal por la boca mientras lloriquea y gorgotea y llama al escritor, pidiéndole amor, pidiéndole eso que su misma repulsividad le garantiza que va a obtener: la atención total del escritor.

El tropo de la criatura deforme es perfecto porque capta la mezcla de repulsión y de amor que todo escritor de narrativa siente hacia la obra en la que está trabajando. La narración siempre nace horrorosamente defectuosa, siempre constituye una traición repugnante a todas las esperanzas que habías puesto en ella… una caricatura cruel y repelente de la perfección de su concepción…sí, a ver si lo entiendes: es grotesca por imperfecta, y sí, es tuya, esa criatura, eres tú, y tú la quieres y la meces en tu regazo y le limpias el fluido cerebroespinal de la barbilla caída con el puño de la única camisa limpia que te queda porque llevas tres semanas sin lavar ropa puesto que por fin parece que cierto capítulo o personaje está a punto de acabar de dibujarse y funcionar y a ti te aterra dedicar tiempo a cualquier cosa que no sea trabajar en él porque si apartas la vista ni aunque sea un segundo lo perderás todo, condenando a la criatura a la repugnancia continuada. Y sucede que tú amas al niño deforme y te compadeces de él y lo cuidas, pero también lo odias —lo odias— porque es deforme y repelente, porque algo grotesco le sucedió durante el parto de la cabeza a la página; lo odias porque su deformidad es tu deformidad (puesto que si fueras mejor escritor de narrativa tu criatura, por supuesto, se parecería a esos bebés de los catálogos de venta de ropa para bebés, perfectos y rosados y cerebroespinalmente continentes) y cada una de sus respiraciones repugnantes e incontinentes es una acusación devastadora dirigida a ti, a todos los niveles… de manera que lo que quieres ver muerto, por mucho que lo adores y lo quieras y lo limpies y lo mezas y a veces hasta le apliques la reanimación cardiopulmonar cuando parece que su propia condición grotesca le ha obstruido la respiración y corre el riesgo de morirse.

Todo esto es muy sucio y triste, sí, pero al mismo tiempo es tierno y conmovedor y noble y mola —es una relación genuina, por decirlo así—, e incluso en lo peor de su repugnancia el niño deforme consigue conmoverte y despertar cosas en ti que tú sospechas que se cuentan entre las mejores que tienes dentro: cosas maternales y oscuras. Tú quieres mucho a tu criatura. Y quieres que lo amen también los demás, cuando por fin llegue el momento de que el niño deforme salga y haga frente al mundo. De manera que ocupas una posición algo incierta: amas a la criatura y quieres que la amen los demás, pero eso quiere decir que confías en que los demás no la vean de forma correcta. Es algo así como que quieres engañar a la gente: quieres que vean como perfecto lo que tú en tu corazón sabes que es una traición de toda perfección.

Mejor dicho, no es que quieras engañar a esa gente; lo que quieres es que esa gente vea y ame a un bebé de anuncio, encantador, milagroso y perfecto, y que tengan razón, que estén en lo cierto en lo que ven y sienten. Quieres ser tú el que se equivoca terriblemente: quieres que la repugnancia del niño deforme resulte no ser nada más que una extraña alucinación engañosa que has tenido. Pero eso significaría que estás loco: que en realidad esas deformidades repulsivas que has visto, que te han perseguido y te han hecho encogerte de asco no existen (o por lo menos otros te convencen de eso). Lo cual quiere decir que te falta más de un tornillo y más de dos, está claro. Y lo que es peor: también significaría que ves y desprecias la repugnancia de algo que has hecho (y amas), en tu propio vástago, que en cierta forma eres . Y esta última esperanza preferible representaría algo mucho peor que el mero hecho de ser un mal padre; sería una modalidad terrible de asalto a ti mismo, prácticamente una tortura que te infligirías a tu mismo. Y sin embargo, sigue siendo lo que más quieres: equivocarte de forma garrafal, demente y suicida.

Foster Wallace

Pese a todo, es muy divertido. No me malinterpreten. En cuanto a la naturaleza de esa diversión, no puedo dejar de recordar una pequeña y extraña historia que oí en catequesis cuando yo era más o menos del tamaño de una boca de incendios. Tiene lugar en China o en Corea o en algún sitio por el estilo. Parece ser que había una vez un viejo granjero en las afueras de una aldea de las colinas que trabajaba en su granja con la única ayuda de su hijo y su amado caballo. Un día el caballo, que no solo era muy querido, sino que también resultaba vital para el fatigoso trabajo de la granja, abrió la cerradura de su cuadra o lo que fuera y se escapó a las colinas. Todos los amigos del viejo granjero lo visitaron para lamentarse de que hubiera tenido mala suerte. El granjero se limitó a encogerse de hombros y decir: «Mala suerte o buena suerte, ¿quién lo sabe?». Al cabo de un par de días el amado caballo regresó de las colinas en compañía de toda una valiosísima manada de caballos salvajes, y todos los amigos del granjero acudieron a felicitarlo por la buena suerte en que se había convertido el hecho de que se le escapara el caballo. «Buena suerte o mala suerte, ¿quién lo sabe?», fue lo único que les dijo a modo de respuesta el granjero, encogiéndose de hombros. Ahora que lo pienso, el granjero me suena un poco yiddish para ser un viejo granjero chino, pero es así como yo lo recuerdo. De manera que el granjero y su hijo se pusieron a domar a los caballos salvajes, y uno de los caballos se encabritó y descabalgó al hijo con tanta brutalidad que el hijo se rompió una pierna. Y pronto llegaron otra vez los amigos a compadecerse del granjero y maldecir la mala suerte que le habían traído aquellos malditos caballos salvajes a su granja. El viejo granjero se volvió a encoger de hombros y dijo: «Mala suerte o buena suerte, ¿quién lo sabe?». Al cabo de unos días el Ejército Imperial sino-coreano o quien fuera que entró desfilando en la aldea, reclutando a la fuerza a todo hombre físicamente apto de entre diez y sesenta años para convertirlo en carne de cañón en algún conflicto repulsivamente sanguinario que al parecer se estaba cociendo, vio la pierna rota del hijo y lo dejó en paz por no cumplir con los criterios de aptitud física feudal, de manera que en lugar de ser llevado a la fuerza el hijo pudo quedarse en la granja con el viejo granjero. ¿Buena suerte? ¿Mala suerte?

Esta es la clase de esperanza alegórica a la que te aferras desesperadamente cuando te planteas la cuestión de la diversión como escritor. Al principio, cuando empiezas a probar a escribir narrativa, todo está orientado a divertirte. No esperas que nadie más te lea. Lo escribes prácticamente todo para excitarte a ti mismo. Para permitirte tus fantasías y tu lógica desviada y también para eludir o bien transformar partes de ti mismo que no te gustan. Y funciona, y es muy divertido. Luego, si tienes buena suerte y parece que a la gente le gusta lo que escribes, y encima te pagan por ello, y consigues ver tus cosas impresas de forma profesional y encuadernadas y acompañadas de frases promocionales de otros autores y reseñadas y hasta (en una ocasión) leídas en el metro por la mañana por una chica guapa a la que ni siquiera conoces, todavía parece que la cosa sea másdivertida. Al principio. Luego las cosas empiezan a complicarse y a volverse confusas, y hasta a dar miedo. Ahora tienes la sensación de que estás escribiendo para otra gente, o por lo menos en eso confías. Ya no estás escribiendo únicamente para excitarte a ti mismo, lo cual —puesto que toda masturbación es solitaria y vacía— probablemente esté bien. Pero ¿qué reemplaza a la motivación onanista? Has descubierto que disfrutas mucho del hecho de que a la gente le guste tu escritura, y también descubres que tienes muchas ganas de que a la gente le gusten las cosas nuevas que escribes. La motivación de la pura diversión personal empieza a ser suplantada por la motivación de gustar, de que haya gente guapa a la que no conoces que te aprecie y te admire y te considere buen escritor. El onanismo da paso al intento de seducción, como motivación. Ahora bien, el intento de seducción resulta muy trabajoso, y su diversión se ve compensada por un miedo terrible al rechazo. Sea lo que sea el «ego», tu ego acaba de entrar en juego. O tal vez «vanidad» sea una palabra mejor. Porque te das cuenta de que gran parte de tu escritura se ha convertido en puro exhibicionismo, en intentar que la gente te considere bueno. Y es comprensible. Ahora estás poniendo mucho de ti mismo en juego, cuando escribes; y también está en juego tu vanidad. Descubres algo peliagudo que tiene la escritura de narrativa: que para ser capaz de escribirla es necesaria cierta cantidad de vanidad, pero que cualquier cantidad de vanidad por encima de la estrictamente necesaria resulta letal. Llegando a este punto, más del noventa por ciento de las cosas que estás escribiendo ya están motivadas e informadas por una necesidad abrumadora de gustar. Y esto genera una narrativa de mierda. Y la obra de mierda debe acabar en la papelera, no tanto por una cuestión de integridad artística como por el simple hecho de que la obra de mierda va a hacer que no gustes. Llegado este punto de la evolución de la diversión del escritor, la misma cosa que siempre te ha motivado para escribir ahora te está motivando también para tirar lo que escribes a la papelera. Se trata de una paradoja y de una especie de dilema irresoluble, que puede provocar que te pases encerrado en ti mismo meses o incluso años, durante los cuales te dedicas a lamentarte y rechinar los dientes y quejarte de tu mala suerte y preguntarte con amargura adónde se puede haber ido toda la diversiónde la escritura.

La respuesta inteligente, creo yo, es que escapar de ese dilema pasa por conseguir regresar lentamente a tu motivación original: la diversión. Y si consigues volver a la diversión, descubrirás que a fin de cuentas el repulsivamente desgraciado dilema irresoluble que experimentaste durante tu periodo de vanidad te ha traído buena suerte. Porque la diversión a la que regresas ahora ha sido transfigurada por lo desagradable de la vanidad y el miedo, que ahora tienes tantas ansias de evitar que la diversión que redescubres pertenece a una modalidad mucho más plena y generosa. Tiene algo que ver con el concepto de Trabajo Como Juego. O bien con el descubrimiento de que la diversión disciplinada es mucho más divertida que la diversión impulsiva o hedonista. O bien con darte cuenta de que no todas las paradojas tienen que ser paralizantes. Bajo la nueva administración de la diversión, escribir narrativa se convierte en una forma de adentrarte en ti mismo e iluminar esas mismas cosas que no querías ver ni que nadie más viera, y resulta (paradójicamente) que estas cosas son justamente las cosas que todos los escritores y lectores comparten y sienten, y a las que reaccionan. La narrativa se convierte en una forma extraña de aceptarte a ti mismo y de decir la verdad en lugar de ser una forma de escapar de ti mismo o de presentarte a tu mismo de una forma que supones que hará que le gustes al máximo número de personas. Se trata de un proceso complicado, que confunde y da miedo, y también muy trabajoso, pero que resulta ser la mejor diversión que existe.

El hecho de que ahora puedas mantener la diversión de la escritura justamente por medio de hacer frente a las mismas partes no divertidas de ti mismo que antes habías intentando evitar o camuflar por medio de la escritura ya no constituye ninguna clase de paradoja. Se trata, en cambio, de una especie de milagro, y, comparada con él, la recompensa del afecto de los desconocidos no es más que polvo o pelusa.

Ilusiones del ensayo-ensayo

Hace unos días, publicábamos por acá un ensayo de Luigi Amara sobre la naturaleza del ensayo literario, que buscaba definir sus límites genéricos y distinguirlo del trabajo académico. En este texto, Heriberto Yépez responde a Amara interrogándose, también él, acerca de los límites del género. 

En Letras Libres de febrero, Luigi Amara distingue al ensayo del pseudo-ensayo en su texto titulado “El ensayo-ensayo”.

Por un ensayo-sin-adjetivos, Amara exige no confundir al “ensayo ensayo” con los géneros académicos (disertación, tesina, artículo, ponencia); la crítica (reseña o análisis) o la non-fiction. Para Amara, el ensayo debe cuidar su sabor literario, ya que las “dos cualidades del ensayo —su acento subjetivo y su sinuosidad tanteadora— están ausentes de mucho de lo que hoy se considera ensayo”.

Amara argumenta a favor de la tesis de que el ensayo no debe argumentar tesis.

Lo define como una escritura sin más tema o nodo que el yo tautológico.

Según el conservadurismo de Amara no hay más camino que el de Montaigne, autoridad que si se obedece hace “libre” al ensayo.

Dice Amara que más que centauro (Reyes), a él la imagen que más le “gusta para representar el ensayo es la serpiente”.

¡Pero escribe un ensayo para evitar que el ensayo mude de piel!

El ensayo ensayo —la expresión lo revela— es un ensayo patitieso, nostálgico (mula, muy mula) que se niega a abandonar su yo-yo vetusto.

Hay que ser escritor terco-terco para no aceptar que el ensayo de nuevo hibride.

Acorde a sus propios alegatos, el de Amara tampoco sería un ensayo: no se ocupa de sí mismo sino de abogar ideas suyas y de otros sobre el ensayo.

Las contradicciones de Amara, sin embargo, son positivas en la medida en que muestran al ensayo en su “cariz experimental, su condición de laboratorio sobre el papel”.

¿Por qué Amara escribe este ensayo y Letras Libres lo publica en un lugar central?

El ensayo literario agoniza. La literatura ya es definida por la prosa de redes sociales, academia, periodismo y crítica. La literatura ya no define a la literatura.

Creer en una prosa ateórica, manierista, solipsista es meter la cabeza en un hoyo: ensayo-avestruz.

Queremos respuestas. Desmantelar sistemas. Reorganizarlo todo. El error del retro-ensayismo literario es huir de estos problemas, reciclando un género literario pretérito.

El error es fijar al ensayo por resta, en lugar de reinventarlo por suma.

No pidamos al ensayo no tener argumentos, pies de página, fuentes (¡o lectores!); pidámosle tener todo lo que un paper más algo que pocos tienen: belleza intrépida, innovación formal, experimentación estructural.

Nuevo ensayo = ponencia + poema.

El verdadero reto del ensayo es construir un género que contenga y rebase a la academia, ¡y los medios!

Y a la filosofía, que fue catedral; el nuevo ensayo, filosofía convertida en performance.

La teoría de Amara acerca del ensayo ensayo demuestra que este género ya perdió la batalla.

Por eso el ensayista tradicional ahora fantasea con aislarse, ratificarse, poseer la receta para convertirse en un mimo de piedra.

Escribir como rictus para protegerse de esta era funesta.

Elogio en rosa

José Israel Carranza escribe sobre La Pantera Rosa un texto en el que, además de rastrear los orígenes del personaje, bucea con nostalgia televisiva por el pasado y la memoria. El texto es un fragmento del libro Las encías de la azafata, y pueden leerlo por acá. 

¿Cuántas veces habPink-Panther-Detail-of-an-iconic-Bushwick-mural-by-Jerkface-@incarceratedjerkfaces-e1420491223263ló la Pantera Rosa? Yo sostenía que tres veces: en el episodio del arca (cuando al final pregunta: «¿Por qué los seres humanos no pueden ser civilizados como los animales?»), en otro en el que un codicioso personaje trataba de apoderarse de un diamante (y por alguna razón iba a tocar a la puerta de la Pantera, que lo recibía en batín rojo y con sarcasmos) y en uno más en el que sostenía una violenta disputa con su vecino a causa de una podadora prestada y nunca devuelta. Una madrugada de televisión inesperada no sólo me descubrí en el error, sino que además me encontré con la imposibilidad de alcanzar ya ninguna certeza, pues en el episodio de la podadora había dos personajes con voz: uno era el vecino rijoso y conchudo, y el otro era el mismísimo Diablo, que al final aparecía para soltar una ironía siniestra, cuando las crecientes hostilidades habían hecho volar el mundo en pedazos (en el pleito se intercalaban escenas de películas de guerra y montajes de armas en acción sobre los dibujos animados). La Pantera no abría la boca. Continue reading

Ricardo Coler: «La fantasía masculina del harén desaparece de inmediato cuando uno conoce a alguien que realmente lo tiene»

Ricardo Coler, jurado del Premio Heterónimos de Ensayo, conversa con Soledad Vallejos acerca de la poligamia en una entrevista para La Nación a propósito de su libro Hombres de muchas mujeres

¿Es posible estar enamorado de una, y pasar la noche con otra? ¿Cuáles son los riesgos? Y, lo más temido tal vez: ¿Qué pasa cuando la fantasía se convierte en realidad? Si bien asegura el médico y fotógrafo Ricardo Coler que «la poligama está sumamente extendida y más de la mitad de los hombres, en alguna oportunidad, han mantenido relaciones con dos o tres mujeres al mismo tiempo, culturalmente es preferible ser discreto». Entonces, como es su costumbre, emprendió un viaje con la idea de visitar comunidades polígamas africanas. Dialogar con sus habitantes, escuchar lo que piensan, observar cómo se relacionan. Por eso eligió darle la palabra a los que viven con tres o cuatro esposas para que «nos cuenten de manera oficial» cómo funciona.

-Visitaste y conociste las intimidades de distintas familias polígamas. ¿Te encontraste con algo que escapara de los preconceptos que tenías?

-Hay algo que las familias poligámicas me dejaron en claro y es que nuestra sociedad también es poligámica. Ellos se ríen de nosotros. Me preguntaron si en nuestro país los hombres tienen amantes estables. «Algunos sí» -les respondí. «Entonces también son polígamos. Que lo mantengan en secreto no cambia la cuestión fundamental: son hombres que comparten su vida intima con más de una mujer. La diferencia es que nosotros somos más honestos, no le mentimos a las mujeres. Ustedes no son menos polígamos que nosotros.»

-Lejos de lo que imagina el común de los occidentales, la poligamia no se encuentra sólo en lugares exóticos.

-Uno de los grupos de polígamos más numerosos está en el corazón de los Estados Unidos. Pueblos enteros como Colorado City o Hildale están habitados en su totalidad por polígamos. Aunque la poligamia es ilegal, la justicia americana no puede resolver el tema. Algo similar ocurre en algunos lugares de Canadá y México. Son mormones fundamentalistas, que siguen al pie de la letra las indicaciones de Joseph Smith -el fundador del mormonismo- y que no aceptan las reformas que se hicieron luego de su muerte.

-¿Qué tan sobrevalorado está el harén en la fantasía de los hombres?

-Todos los hombres en algún momento hemos tenido la fantasía del harén: muchas mujeres para nosotros solos. Pero esa ilusión de paraíso desaparece de inmediato cuando uno conoce a alguien que realmente tiene un harén. Pasado el primer momento, cuando esos hombres se cansan de contarnos sus hazañas, lo único que hacen es quejarse. Viven esquivando a sus mujeres, buscan quedarse solos. La cara de agobio que tienen hace que nos replanteemos los beneficios de convivir con más de una.

-¿Cuál es el principal conflicto que enfrenta el polígamo?

-El polígamo oficial y declarado debe mantener el equilibrio del hogar. Para que su familia funcione debe ser equitativo con todas las esposas. La sexualidad es sólo uno de los aspectos a tener en cuenta. Debe escucharlas a todas, estar al tanto de sus problemas, ser cariñoso aunque no quiera y mediar cuando algún conflicto se presenta, algo que ocurre con cierta regularidad.

El polígamo no oficial, el que vive en nuestras tierras, también debe mantener una agenda. Eso significa correr de un lado al otro, hacer malabares con los horarios y tratar de que nadie salga lastimado. Y atención, cuando uno habla sobre lo terrible que es para las mujeres la poligamia siempre está pensando en las esposas y olvida que las amantes también son mujeres. Mujeres sin ningún tipo de derecho a pesar de haber compartido buena parte de su vida con el mismo hombre. En eso las poligamias oficiales son más justas.

-¿Hay que ser un macho alfa para mantener contento a todo el harén?

-El macho alfa se queda sin aliento al poco tiempo creyendo que es el líder del grupo. A la larga termina sometido por sus mujeres. Es un trabajo agotador mantener el equilibrio y que pase el tiempo sin ser acusado de herir el sentimiento de sus esposas. Esa es la única manera que una familia poligámica funcione. También está el otro tipo de marido poligámico, aquel al que no le importa absolutamente nada y que a la primera queja deja la habitación de la esposa para irse a la de otra de sus mujeres. Esas familias son un verdadero infierno. Si lo pensamos un poco, es lo mismo que ocurre en algunas parejas monogámicas.

-¿En qué se diferencia un harén de un matriarcado?

-En el matriarcado la mujer elige con quién pasa la noche, un día puede hacerlo con uno y al siguiente con otro, sin compromiso. Ella cambia de pareja todas las veces que quiera pero cuando se enamoran, el hombre y la mujer se vuelven exclusivos. Sin embargo, cuando las mujeres mandan prefieren evitar el matrimonio. No quieren juntar la sexualidad, el amor, la pareja y la familia como en las sociedades patriarcales. Dicen que es una mezcla que no funciona. Ellas quieren vivir siempre enamoradas, por eso no se casan.

-¿Cómo es la relación entre las mujeres del harén?

-Visité muchas familias polígamas, y cuando las mujeres se llevan bien la pasan fenómeno. Son como un grupo de amigas que soportan entre todas lo que los varones tenemos de insoportable.

-¿Cómo y por qué se manifiestan los celos en las familias polígamas?

-Mientras escribía el libro me preguntaba ¿cómo hacen las mujeres que saben que sus maridos tienen amantes para seguir con el matrimonio? Descubrí que las mujeres desarrollan un mecanismo fantástico para sufrir lo menos posible: con el tiempo los dejan de querer. No sienten por ellos lo que sentían antes y eso trae dos consecuencias importantes. La primera es que los celos se apaciguan, el marido no les importa tanto. La segunda es que confirman que todo en la vida no se puede. El marido tendrá una amante pero vive con una mujer que no lo quiere o al menos no como a él le gustaría que lo quieran. En la poligamia pasa algo parecido. Si el marido les importa, los celos son una tortura, una condena diaria. Cuando el marido no es alguien deseable los celos ya no son tan graves.

-¿Amor y poligamia pueden ir juntos?

-Hay que tener en cuenta que para casarse, tener hijos y vivir toda la vida con alguien no hace falta estar enamorado. Los ejemplos están a la vista y son muchos. Quizá por eso, aunque parezca increíble, muchas familias poligámicas son bastante más sólidas que las nuestras. Forman un equipo con muchos hijos con lazos de afecto entre sus miembros, que se muestran orgullosos de pertenecer al grupo. Pero el amor, tal como lo conocemos nosotros, es siempre una relación de a dos. Con más de dos es posible la sexualidad, la pasión y el cariño pero no el amor. Con esto no estoy diciendo que la relación amorosa sea siempre fantástica ni mucho menos para todo el mundo. Es una elección para la que hay que tener mucha suerte.

El ensayo ensayo

Luigi Amara escribe sobre el ensayo un artículo que intenta definir sus límites y precisar sus características genéricas. El texto es el primero de una serie en la que polemizó con Heriberto Yépez acerca del género.

El ensayo no puede ser otra cosa, ya que le está permitido serlo todo.

Ezequiel Martínez Estrada

Más que la imagen del centauro, que Alfonso Reyes propagó pero que deja un sabor a quimera o a hibridación, a no sé qué de forzado y casi imposible, la imagen que más me gusta para representar el ensayo es la serpiente. Como una serpiente fue que Chesterton sintió que se deslizaba el ensayo: sinuoso y suave, errabundo y a veces viperino. El ensayo, al igual que la serpiente, tienta y es tentativo; no se anda por las ramas sino que avanza por tanteos. Chesterton veía también en él la semilla de algo maligno, de algo capaz de ufanarse de su irresponsabilidad, de no querer llegar a nada sino de solo recorrer el camino, ¡y para colmo de manera ondulante! Pero ese toque maligno que percibía Chesterton –el ortodoxo y católico y gran ensayista Chesterton, padre del padre Brown–, que se manifiesta en su naturaleza elusiva, impresionista y cambiante, en ese estar de lado de lo incierto y lo fuera de lugar, es nada menos lo que hace que el ensayo ocupe un lugar en la literatura y sea, por decirlo así, una forma de arte, algo más que una vía egotista de proferir opiniones o una mera “prosa de ideas”. Continue reading

«Los muros representan un modo de pensar las desigualdades sociales»

Maristella Svampa, jurado del Premio Heterónimos de Ensayo, contesta en esta entrevista para Télam algunas preguntas sobre extraterritorialidad y exclusión a propósito de su novela El muro.

En El muro, la escritora y socióloga Maristella Svampa despliega una genealogía de ese dispositivo que se duplica en una historia de exclusión social que evita las personalizaciones para concentrarse en las condiciones de posibilidad que una sociedad debe cumplir a fin de que tales artefactos se naturalicen y proliferen.

El libro -publicado por la casa Edhasa- retrata (a partir de un incidente sociopolicial) unas maneras de ver un mundo en transición hacia otro, adentro y afuera de la burbuja inmunitaria.

Svampa es socióloga, escritora e investigadora. Es Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Es investigadora Principal del Conicet y Profesora Titular de la Universidad Nacional de La Plata. En 2006 recibió la Beca Guggenheim y el premio Kónex al mérito en sociología (Argentina). Publicó, entre otros libros, Los que ganaron, La vida en los countries y barrios privadosEntre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueterasLa sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismoEl dilema argentino: Civilización o Barbarie y Cambio de época, Movimientos sociales y poder político. Esta es la conversación que sostuvo con Télam.

T : Los muros son dispositivos de exclusión, límites, etcétera, pero ¿cómo pensar esos muros en un tiempo donde quien queda afuera ya ni siquiera tiene el consuelo de formar parte de un ejército de reserva?

S : Como dice el poeta francés Marcel Cohen que cito en el epígrafe de la novela, No hay muro que, en algún momento, no haya sintetizado el mundo. Los muros existen desde tiempos inmemoriales. Y los hay de todo tipo. Desde la muralla china, los muros de los romanos contra los bárbaros, la disparatada y fallida zanja de Alsina, hasta los actuales muros contra los inmigrantes (Estados Unidos, Birmania, Melilla), el muro de Cisjordania, los muros de los countries y los barrios privados, los muros y vallas de las corporaciones… Son muros que de por sí expresan el reconocimiento de categorías diferentes de ciudadanía. Y tanto ayer como hoy, los que quedaban afuera eran considerados como población sobrante, clases peligrosas y en el límite como cuerpos sacrificables. Pero hoy todo eso es vivido con violencia. Es más difícil naturalizar los muros, aun si ellos se han multiplicado. Y esto no tiene que ver con la sofisticación de los dispositivos de control. Tiene que ver con que se dan en el marco de sociedades que dicen haber expandido las fronteras de derechos y la democracia, con lo cual la situación es muy perturbadora y mucho más peligrosa.

T : ¿Podría hacerse, forzando los términos, una analogía entre la proliferación de muros y el malestar en la cultura? Lo pregunto, porque mi pesimismo es absoluto.

S : Lo de malestar de la cultura es demasiado genérico. Si con ello querés referirte a las actuales divisiones políticas en la Argentina, a la proliferación de  esquemas maniqueos, consignas y reduccionismos de todo tipo, tal vez… Algunos podrán encontrar resonancia pensando en esos muros invisibles que se erigen entre la gente, que no son solamente sociales ni étnicos. Resonancia de los muros, palabras, sonidos llevados al paroxismo, a la exacerbación…

T : Como doctorada en filosofía y socióloga, ¿cómo pensás el procedimiento para narrar respecto de la escritura de papers o libros de tesis?

S : Escribo ficción desde antes de escribir ensayo o hacer investigaciones académicas. Más aun, en la universidad comencé estudiando Letras y después me pasé a Filosofía. Me hice socióloga de casualidad, estando en Francia… No creo en los etiquetamientos y siempre aspiré a desarrollar un registro anfibio de escritura. Por otro lado, es cierto que la ficción instala un registro de escritura muy diferente al de un ensayo o una investigación. La literatura otorga una libertad a la palabra que hace que las historias fluyan de un modo tal, que solo mucho después uno puede asir la lógica o coherencia que subyace a las mismas. Por ejemplo, recuerdo que Fernando Fagnani, mi editor, cuando leyó la novela, me dijo, que en El muro todo estaba duplicado. Hay un adentro y hay un afuera, hay un lado este y uno oeste, hay dos personajes que se llaman Orestes, hay mellizas… Y mejor no sigo… Entonces me preguntó si lo había hecho de modo deliberado. El caso es que me sorprendí y no supe que decirle o le dije cualquier cosa, porque yo no me había dado cuenta de eso. Siento que con la literatura me interno en un campo diferente, desconocido, donde la filosofía y la sociología pueden ser fondo o entorno, pero no tienen mucha voz y palabra; no ejercen ningún control. A veces siento que la ficción se tomó revancha conmigo y se apropió y colonizó regiones completas de mi experiencia como socióloga, de las cuales ahora fluyen más y más historias. Pero no soy una socióloga o una filósofa que escribe novelas. Porque en El muro, como en mi novela anterior, Donde están enterrados nuestros muertos, me interesa, a partir de un disparador, de fuerte contenido social, contar historias y construir personajes.

T : ¿Y cómo escapar al libro de tesis con formato de ficción?

S : El muro no es una novela de tesis. Tuvo un disparador, que es un famoso caso de gatillo fácil en Bariloche, que sucedió en 2010, y que estremeció a la ciudad, ya que después hubo movilizaciones de protesta que desembocaron en otras muertes y hasta una marcha de taxistas que defendían a los policías responsables de tres muertes jóvenes… Gatillo fácil, desigualdad social, segregación; esa historia me movilizó mucho. Empecé con la idea de escribir algo sobre ese tema, pero no sabía bien cómo. Al cabo de unas páginas, me di cuenta que tenía que separarme de esa historia. Sentí que tenía que romper con el realismo para volver de otro modo y contar así con libertad historias que tuvieran que ver con las diferencias sociales y las tensiones étnicas, con sunaturalización. El modo de romper y volver desde otro lugar fue pensar que esa ciudad de la que quería hablar, que era una ciudad cualquiera, estaba dividida por un muro. Imagínense ustedes si Buenos Aires tuviera un muro que la circundara y la separara del conurbano bonaerense… Sería muy violento y al mismo tiempo, dadas las desigualdades sociales, muchos lo pensarían como algo verosímil. Hay distritos que quisieron elevar muros. No se olviden del episodio del muro entre San Isidro y San Fernando, en 2009, el de Pinamar en 2000, entre otros…

Pero en mi novela todo sucede en Villa Quimey, una bella localidad cordillerana ubicada en la Patagonia. Un día, dos pibes chorros saltan el muro que divide la ciudad y asaltan a un anciano que vive del lado protegido. La situación deriva luego en un caso de gatillo fácil, hecho que suscitará un estallido y pondrá en peligro las diferencias sociales y étnicas entre ambos lados. Cinco voces  despliegan sus historias y se preguntan una y otra vez por ese muro, que aparece obturado en la memoria, como el lago que baña las costas de Villa Quimey, como si estuviera allí desde siempre.

T : Los muros son una perfecta representación ¿de qué?

S : Los muros ponen de manifiesto un modo de pensar las diferencias y las desigualdades sociales; ilustran una lógica de reterritorialización del poder. Crean enclaves, zonas de excepción, extraterritorialidad, mundos en sí mismos, y no los hay solo del lado de los privilegiados, como muestra el caso de los countries y los barrios privados. Hay enclaves de riqueza que no requieren de murallas o paredones explícitos, pero reflejan abiertamente una dinámica de segregación, como Puerto Madero. Y hay también enclaves de exclusión en la  ciudad, como los asentamientos y las villas. La lógica de los muros nos revela un mundo fragmentado, constituido por islas, archipiélagos, por lo cual resulta cada vez más difícil construir solidaridades sociales, políticas y culturales mayores.

La institución invisible

Gabriel Zaid escribre para Letras Libres este ensayo breve sobre la cultura libre, en el que deja ver una contraposición entre las formas creativas del saber y la jerarquización institucional.

Las instituciones de la cultura fueron naciendo en distintas épocas: la prehistoria, la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento; y en distintos espacios: la memoria colectiva, la corte, el campus, la vida pública.

La primera fue la tradición. Es una institución que conserva y recrea de memoria las innovaciones (generalmente anónimas) de la cultura popular. Sigue vigente en el habla, las creencias y muchas prácticas de la vida cotidiana. Continue reading

En el ’68 lo prohibieron, pero «leído hoy, ‘Nanina’ es un libro inocente»

Germán García es uno de los tres jurados del Premio Heterónimos de Ensayo, que va a estar recibiendo obras hasta el 19 de junio inclusive. Por acá pueden leer una entrevista que le hacen desde Ñ a propósito de la reedición de Nanina, su primera novela.

Nanina, primera novela de Germán García, es una de las más conocidas pero también relativamente menos leídas de la literatura argentina. Es de las más conocidas porque cuando se publicó, en 1968, fue un verdadero boom y agotó cuatro ediciones en tres meses, hasta que fue prohibida por ofensa a la moral pública y García condenado a dos años de prisión en suspenso. Y es de las menos leídas porque a pesar de su carácter casi legendario, en los cuarenta y cuatro años transcurridos, se había vuelto inhallable. Continue reading