El lunes pasado, Maristella Svampa, jurado del Premio Heterónimos de Ensayo, presentó en la Feria del Libro su nuevo ensayo, Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo. Ayer, la revista Ñ publicó una entrevista de Lucía Álvarez a propósito del libro.
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El desafío parte de una hipótesis: la dificultad de la teoría social latinoamericana para construir su propio legado. Contra esa vocación antropofágica y ese déficit de acumulación, Maristella Svampa se propuso construir una “sociología de las ausencias”. Una mirada latinoamericanista sobre cuestiones que afectan al continente, que ponga en valor perspectivas ninguneadas por el saber hegemónico. El resultado es Debates latinoamericanos (Edhasa), una construcción genealógica de cuatro temas que atravesaron la región –indianismo, desarrollo, populismo y dependencia– y su actualización en la última década y media.
–Señala una tensión de la teoría latinoamericana entre profesionalizarse y brindar soluciones a problemas regionales, ¿qué posibilidades tienen las ciencias sociales de dar soluciones a la política desde fuera de la política?
–El pensamiento latinoamericano crítico siempre se movió entre esos dos mundos. Hubo fronteras muy porosas con el campo político por la urgencia de pensar una región atravesada por desigualdades. Más que dar soluciones, este pensamiento nace al calor de las luchas sociales y se nutre de ellas. En América Latina se enfatizan el compromiso del pensamiento crítico y la figura del investigador público. Me parece positivo aunque no signifique que esto concluya en propuestas de cambio que sean tomadas por los gobiernos.
–Caracteriza los últimos 15 años con el concepto “consenso de loscommodities”; ¿es posible reducirlos a ello?
–Hay otras nociones que articulan el ciclo: cambio de época, populismo de alta intensidad, fin de ciclo. El “consenso…” caracteriza al crecimiento económico de los países latinoamericanos incentivado por el boom de los precios, pero también al discurso que sostiene las ventajas comparativas de esta situación, obturando u ocultando conflictos territoriales y ambientales inherentes a esos proyectos extractivos. Se trata de un concepto económico, político y socioambiental. Y uso ese término, provocativo, porque la idea de consenso, en los 90, aludía a la imposibilidad de pensar alternativas: todo lo que quedaba por fuera del neoliberalismo era presentado como inviable. En estos años también hubo una idea de sutura, pero muchos creemos que hay alternativas.
–¿El devenir de América Latina no revela que esa alternativa existía pero era de signo conservador?
–Hay muchas diferencias entre los gobiernos progresistas y los conservadores neoliberales. Son comparables por la vía del extractivismo pero son muy diferentes políticamente. Sin embargo, hay una tendencia a suponer que en estos años hubo una oposición de clase, y en verdad lo que hubo son núcleos de oposición fuertes, especialmente con los grupos mediáticos. Con los grandes sectores económicos hubo un vínculo más bien oscilante. Algunos de ellos, ligados al agronegocio o la minería, fueron muy beneficiados con estos gobiernos, que además no hicieron reformas tributarias ni tocaron a los sectores más ricos. Con esto no quiero decir que se haya obturado una oposición de derecha, que siempre ha estado presente tratando de desprestigiar a los gobiernos progresistas. Pero no tiene sentido culpar solo a la derecha porque el fin de ciclo tiene que ver con promesas incumplidas, desmesuras y torpezas de gobiernos que habían generado muchas expectativas en sus inicios.
–Usted acuñó la idea de fin de ciclo antes de los cambios recientes, ¿qué implica?
–Cuando empecé a hablar de fin de ciclo no sabía que iba a suceder este tremendo giro a la derecha, este tremendo retroceso. Este giro supone más extractivismo y menos democracia y va a socavar todo lo que se avanzó en derechos sociales. El fin de ciclo se asocia a una crisis de gobiernos progresistas por su escasa tolerancia al pluralismo. Naturalizaron el poder y expulsaron las narrativas emancipatorias de todo un sector de la izquierda clasista, autonomista, ecologista, ecofeminista, en nombre de esta matriz populista donde el Estado y el líder y su identificación con el Estado tienen un rol central. En el gobierno de Evo Morales, al inicio, convivían una narrativa desarrollista con una indigenista, una estatalista con una comunitaria, y hoy vemos que ese proceso se empobreció. En la región, se evolucionó hacia modos de dominación más tradicionales, hacia un populismo más clásico.
–¿Qué otra relación se podría tener con el mercado, desde esas narrativas emancipatorias, cuando rige el capitalismo financiero transnacional?
–Difícil de responder en una crisis civilizatoria del capitalismo. Hay una multiplicidad de experiencias ligadas a la economía y las organizaciones sociales. No se puede negar el carácter periférico y marginal de ellas; algunas incluso son transitorias o efímeras, lo hemos visto en la Argentina. Pero en ellas se puede ver lo que llamo un “giro ecoterritorial”. Esas luchas van acompañadas de un lenguaje sobre el territorio y las relaciones entre el uno y la naturaleza y son más solidarias y recíprocas. Es necesario repensar el Estado para ver cómo potenciar estas experiencias, y pensar modelos no extractivistas que contemplen la salida de la pobreza y el respeto al ecosistema. Y esto, en el marco de un regionalismo autónomo, que es otra deuda pendiente. Porque ese “regionalismo político desafiante” no tuvo correlato en una plataforma. Hubo mucha retórica a través de Unasur, CELAC, pero el Banco del Sur nunca se gestó y los países terminaron compitiendo entre sí por la exportación de commodities .
–¿En qué se diferenciaron los gobiernos de la región entre sí?
–Es necesario distinguir entre diversos tipos de populismo. En el libro, yo los separé en: los de clases medias, que identifico con la Argentina y Ecuador; y los plebeyos, que asocio a Bolivia y Venezuela, donde se avanzó en la redistribución del poder social. Los populismos de clases medias nos muestran, en cambio, la construcción de una especie de elite que habla en nombre de los sectores populares. En la Argentina, Carlos Altamirano hablaba de un peronismo de clases medias: sectores que fueron antiperonistas en los 70, se desperonizaron en los 90 y se volvieron a peronizar en los últimos 15 años. Creo que hubo un deseo de reconciliarse con esas clases medias que el kirchnerismo sintetizó en una conciliación entre pueblo y cultura, y que dio lugar a ese afán de las clases medias por considerarse, representar y suplantar a las clases populares.
–¿Su centralidad puede deberse al lugar de las clases medias en el país o incluso a la aspiración de las clases populares de ser clase media?
–Hay una suerte de sobreprotagonismo de las clases medias vinculado a su lugar en el imaginario. En los 90, muchos estudiamos su fragmentación y su pérdida de empoderamiento político. Con el kirchnerismo hubo un reempoderamiento. Pero la fractura intraclase persiste porque así como encontramos sectores medios que hablan como voceros de sectores populares, otros sectores medios se opusieron al gobierno de CFK arrogándose la representación de la democracia.